Fue una de las figuras más destacadas que surgió en el marco de la guerra civil por la sucesión del Inca Atahualpa.
En su afán por tenderse apoyos entre los nativos, y a sabiendas que estos no lo aceptarían como nueva autoridad tan fácilmente, Pizarro, lo coronó Inca de lo que se conoció como el Imperio Neoinca.
El pueblo recibió con una enorme alegría la llegada al poder de un descendiente directo del Inca y se procedió a dar curso a la entronización, que se celebró en la ciudad con gran pompa, y bajo la estricta vigilancia de los conquistadores españoles.
La principal motivación de los conquistadores españoles era adueñarse de las reservas de plata y oro que abundaban en dichas tierras y jamás los movió el ánimo de entenderse y respetar las tradiciones de la población nativa.
Como sabemos, los pueblos originarios, motivados por sus creencias religiosas, en un primer momento no advirtieron las malísimas intenciones de los conquistadores.
En una de las victorias que logró, se retiró hacia posesiones territoriales incas en Vilcabamba donde erigió su reino y gobierno durante varias décadas.
Desde esta región mantuvo vigentes las tradiciones e instituciones y cuando las circunstancias lo exigían frenó los nuevos avances de los españoles.
Con los Pizarro ya casi fuera de la pelea entró en escena el conquistador y descubridor de Chile Diego de Almagro quien lograría nuevamente embaucar al inca rebelde en su doble objetivo por doblegarlo y sacar del medio a los Pizarro.
Entre sus últimos actos le aconsejó a su hijo y sucesor que no se dejase embaucar como él y que sostuviese un gobierno firme y enemigo de los españoles.