Fue el último Zar ruso y quien marcó el final de la poderosa dinastía Romanov que dirigió los destinos de Rusia por más de tres siglos.
No tuvo la poderosa personalidad de su padre que lo antecedió y ello sin duda influyó en la incapacidad que demostró a la hora de tener que lidiar con una Rusia caótica y un conflicto bélico de envergadura como fue la Primera Guerra Mundial.
Tampoco supo congeniar su fe absoluta en la autocracia con los nuevos aires de libertad que empezaban a manifestarse.
En el plano familiar las cuestiones eran más felices ya que había conformado una familia sólida junto a su esposa Alejandra de Hesse, nieta de la Reina Victoria de Inglaterra, con quien se casó en 1894 a pesar que sus padres no vieron con buenos ojos la unión.
Fue un padre y marido devoto que amó profundamente a su familia.
En ese momento un oscuro personaje conocido en la historia como Rasputín se acercó a la familia real para intervenir con su presunto poder sanador en la enfermedad de Alexis.
Para la mayoría fue un farsante que no hizo más que manipular a la Zarina que lo creía un enviado directo de Dios, y ganarse el respeto del Zar quien incluso llegó a aceptar sus consejos políticos.
Tras su abdicación al trono en 1917, y de haber gobernado por 22 años, fue arrestado y confinado junto con toda su familia por las nuevas autoridades del país.
En un comienzo la prisión respetó la historia y la investidura pero luego fue muy cruel.
No se supo que pasó con sus cuerpos hasta finales de la década del ochenta cuando se anunció que se había encontrado la tumba y dentro de ella los restos de la familia que fueron identificados tras largas investigaciones y estudios.
En julio de 2018 al cumplirse el centenario de la ejecución de los zares y sus hijos se llevó a cabo una multitudinaria peregrinación en el lugar en el que fueron asesinados liderada por el patriarca ortodoxo.