Está considerado como el máximo exponente de la medicina experimental por haberse dedicado especialmente a realizar mediciones, y a perfeccionar las técnicas, para efectuarlas de manera satisfactoria y obtener diagnósticos precisos.
Este procedimiento lo desarrolló durante casi toda su vida y lo ayudó sustancialmente a la hora de obtener datos fidedignos sobre el metabolismo.
Comprobó entre otras cosas que el peso de sus desechos orgánicos era mucho menor que el que tenían los alimentos que comía.
Como era esperable, su creación, además de representar un fantástico avance clínico despertó un furor, incluso él mismo lo calificó de herramienta maravillosa, la cual asistida por un instrumental de cristal permitía la medición exacta de la temperatura, en cualquier lugar y en la parte del cuerpo humano que se quisiese.
Afortunadamente, quedaron evidencias de sus creaciones gracias a los dibujos que los acompañaban, que facilitaron el conocimiento de diversos modelos: uno para usar en la boca, uno de los lugares por excelencia a la hora de medir la temperatura, otro que se podía tomar con la mano...
En el siguiente siglo, XVII, el invento sufrió mejoras, como la introducida por Daniel Fahrenheit, anexando un mercurio, que aportó más precisión y una escala de grados.
Como sabemos, la fiebre, es uno de los síntomas que se manifiestan en infinidad de enfermedades y dolencias, en tanto, poder determinarlo con rigurosidad, por supuesto, significó un inédito avance para poder tratarlas.
Mantuvo un fluido contacto con otro gran hombre de ciencia contemporáneo suyo, Galileo Galilei, y muchos de los inventos de éste lo inspiraron en sus trabajos.
Nació en 1561 y falleció en 1636.