Para quienes las operaciones aritméticas complejas son un infierno, la calculadora, es una herramienta salvadora y preciada.
Sin embargo, dicho hito de la invención permaneció en el más absoluto de los desconocimientos, negándole a su inventor ser honrado por el mismo, hasta mediados del siglo pasado que se descubrió a través de su correspondencia personal.
Incluso, en esas cartas, se incluía un dibujo de la máquina que permitía efectuar operaciones de hasta seis dígitos.
El matemático la había pensado para su amigo Kepler, pero lo cierto es que nunca se encontró un indicio material de ella porque las que construyó se presume se incendiaron, o fueron destruidas tras su fallecimiento.
Su funcionamiento se sustentaba en el movimiento de seis ruedas con dientes que encajaban a otra rueda; una campana sonaba cuando se superaba el máximo de seis dígitos permitidos para calcular.
Además de a las matemáticas, se desempeñó como teólogo y ministro luterano, pintor, profesor y cartógrafo.
Se formó en la Universidad de Tubinga en Matemáticas, Lenguas Orientales, y en Teología.
Respecto de la cartografía, se lo destaca en ella por haber diseñado mapas muy precisos.
Lamentablemente, la enfermedad de la peste bubónica, o peste negra, se lo llevó muy prematuramente, a la edad de 43 años nada más, muriendo él y toda su familia a causa de esta.
Dicha enfermedad infectocontagiosa se convirtió en una pandemia letal a partir del siglo XIV siendo las pulgas que transportaban las ratas quienes la contagiaban.
Nació y murió en la ciudad de Tubinga, Alemania, en 1592 y 1635, respectivamente.